Cuando una boliviana conoce a un/a alemán/a

Nací en La Paz el año 1980. Mi madre es de Santa Cruz y mi padre del pueblo de Challapata, en Oruro. De abuela materna chuquisaqueña y de un bisabuelo español. Mi sangre es como el “picante mixto” de esta sección y mis relaciones de amigos también. Profesora de vocación, con experiencia previa en educación franciscana y jesuita. Diez años de trabajar en el Colegio Alemán de La Paz, Bolivia y de conocer, obviamente, alemanes. 

Amo la hoyada. Siento simplemente que las montañas me protegen y me abrazan. El cielo azul invernal de mi ciudad me recuerda, en esa estación, que el clima de La Paz no es tan frío; que la ciudad es acogedora y que nos atrapa, a los que habitamos en ella y a los nuevos habitantes que llegan, especialmente de Alemania. 

El primer pensamiento que tuve antes de ingresar a trabajar al colegio era que los mencionados extranjeros serían de un carácter muy estricto y seco, demasiado precisos y de poco sentido del humor. Totalmente puntuales y hablando de manera directa, sin ambigüedad. Además, el idioma sería una barrera y el no comprenderlos en ni una sola palabra me haría pensar que estaban disgustados siempre por alguna situación. No tuve expectativas de encontrar grandes amistades más allá de lo laboral. 

Los días y los años pasan. Cada vez confirmo cuan equivocada estuve. Recuerdo la primera reunión de profesores y no puedo evitar sonrojarme, porque ese día simplemente no comprendí nada de lo que se dijo en alemán, lo que para mí fue prácticamente frustrante y me generó ansiedad al esperar cada una de las traducciones. Ahora disfruto esas reuniones porque comprendo lo que se dice en alemán y sonrío cuando en la traducción al español confirmo en que no estuve tan alejada del sentido de lo que se dijo. Y sí, también he podido verificar que para los alemanes es mucho más fácil aprender el español, mientras que para mí es una lucha constante.

Deseo contarles ahora, como boliviana y específicamente como paceña, mi experiencia al conocer a estas personas:

He visto alemanes contemplando mi cielo azul con profundo respeto y cariño, mencionando siempre la diferencia que existe con el invierno en su país. Sí, los veo tomando fotos desde el patio del colegio, ubicando el lente de la cámara fotográfica justo hacia las pequeñas montañas que nos resguardan y el cielo, siempre coqueto, despeja las nubes para hacer una toma con el contraste perfecto.

Constantemente soy testigo de que son los turistas más apasionados y recorren mi país admirando su diversidad y belleza. Que aman viajar por carretera y que llevan sus carpas e implementos de camping porque prefieren pasar la noche abrigados por las estrellas. Claro está, no olvidan sus cámaras porque desean perpetuar toda la belleza que sus ojos aprecian.



He observado las mejores fotografías de llamas, vicuñas, alpacas y ovejas gracias a ellos, y es que hasta los animales les sonríen fotogénicos. Existen los alemanes que aman a las aves y hacen contacto con ellas. Los que admiran desde las flores de nuestros hermosos jardines en el colegio hasta los que se maravillan con la flora en cada uno de sus viajes. Simplemente son amantes de la naturaleza.

Los he podido escuchar haciendo bromas y contando chistes, siendo detallistas en la narración, en su propio español con acento colla. Siempre preocupados porque uno entienda lo que quieren decir o sacando el celular para buscar la traducción perfecta y así tener la certeza de que utilizaron la palabra correcta. Los he visto anotar frases propias de nuestro contexto en pequeñas libretas y recoger para sí mismos las palabras y así apropiarse de ellas.

Los admiro más cuando aprecian la música nacional, ya sea bailando o cantando. Disfrutando de ponerse un traje típico o agarrando un pañuelo para bailar y así dejarse conquistar por la cueca. Yendo a conciertos para quedar deslumbrados ante la presencia, por ejemplo, de un majestuoso charango. Haciendo palmas al ritmo de música autóctona y dejándose raptar por el sonido de las zampoñas y los sikus.

Los veo fascinados por la gastronomía, con algunos fans de la marraqueta, del chairo, del queso humacha e incluso del caldo de cardán. Saboreando la comida oriental como el zonzo, el cuñapé o el majadito. Son de esos que se empeñan en aprender a comer bien una salteña (tal vez, la primera prueba de fuego para ellos en esta singular ciudad). Están los que se animan a mascar el locoto y así nos dejan ver cómo su piel toma el color rojizo y luego de tal hazaña simplemente se dejan llevar por las carcajadas, de esas que se contagian. Luego están los que son felices en el mercado y ya tienen sus caseras a las que les son fieles, muy fieles, porque aprenden la importancia de no hacer poner celosa a la casera. Y no pueden faltar los más habilosos, que aprenden a cocinar recetas típicas con la intención de replicar su gastronomía favorita al retornar a su país.

En ellos veo la importancia del deporte y del hacer ejercicio. De llegar al colegio caminando o en bicicleta. Los que se apasionan con la caminata incluso de retorno a sus casas luego de una agotadora jornada de trabajo. Están también los que nadan muy temprano en la mañana mientras los demás dormimos, creo que a ellos los admiro aún más, porque yo pienso que esos Frühschwimmer son seres especiales. Entre los más traviesos e intrépidos están esos que incluso se animan a nadar en agua especialmente fría sólo para sentir que la cordillera misma los envuelve en su vientre y al salir de ella les regala una nueva vida.

Los veo felices cuando organizan un cumpleaños o una fiesta fuera del colegio. Sí saben cómo “tirar la casa por la ventana” y se sienten tan amados por los que ya formamos parte de ellos, porque a veces logramos fortalecer lazos más allá de ser colegas y estoy absolutamente convencida de que esta es la cuna de las amistades más sinceras y de total confianza que uno puede tener en la vida.

Los alemanes llegan a mi ciudad juntos en pareja, otros vienen con la familia entera y es inevitable que algunos/as solteros/as encuentren al amor de su vida en estas tierras. Muchos deciden volver a su país al terminar su contrato de trabajo, pero siempre retornan en alguna vacación e incluso están los que renuevan contrato en una segunda oportunidad. Cada año, tenemos visitas esporádicas de estos amigos alemanes que ya retornaron a su país y más allá de llegar con chocolates y regalos, lo que sucede es que siempre extienden su mirada en busca de los rostros que conocieron en una anterior estadía.

Los he visto dar fiestas de despedida para compartir una última velada con sus amigos. Subirse a un avión llorando porque dejan una parte de ellos mismos y mucho sentimiento en este lugar. Y entre las tantas decisiones y opciones que se pueden tomar al que pareciera ser el final, están los que deciden quedarse y simplemente tomar por nuevo hogar a nuestro país y no importa en qué punto de Bolivia decidan establecerse, pero se quedan simplemente porque encontraron felicidad y tranquilidad aquí. El cielo azul también los atrapa y deciden hacerse envolver, de manera indefinida, por el altiplano, los valles y los llanos de mi país, que también se convierte en el suyo.

Así, una boliviana, tan arraigada a su tierra y tan amante de sus cordilleras, no puede imaginarse su vida sin esos seres tan queridos que llegan desde el otro lado del mundo para trabajar, conocer mi país y su cultura; pero, sobre todo, pareciera ser que algunos tienen además la noble misión de regalarte más que cariño, apapacharte y convertirse no sólo en tus amigos sino también en tus cómplices. Y así el idioma pasa a un segundo plano y deja de ser una barrera. Entonces, comprendo que las diferencias culturales no son murallas y así puedo validar que éste es “un colegio de encuentro” y que con todas estas vivencias toma un significado real entre personas de dos países, uno tan lejano del otro y ubicados en distintos continentes.

Observando esos rostros una boliviana también siente mucha curiosidad por ese país, al que ocasionalmente ve en vídeos y fotos, sintiendo la emoción de los que extrañan y aman también su tierra. Con esos extranjeros que te invitan con cordialidad y te esperan más allá de tus fronteras. Deseando así, con todas las fuerzas del corazón realizar ese ansiado viaje para apreciar con cariño la tierra de tus amigos, de tus colegas, del colegio que ya es prácticamente un hogar.

Y es que cuando una boliviana conoce un/a alemán/a no vuelve a ser la misma porque su corazón se place con tanto afecto recibido. Cada experiencia con ellos se convierte en un recuerdo que simplemente se resume en momentos de alegría: los cafés, las salidas al cine o a comer, las caminatas y paseos, los conciertos y el teatro, las charlas tan largas y sinceras, los abrazos y las miradas cómplices.  

Siento que esas personas tan organizadas y puntuales, con su idioma tan claro y dulce a la vez, con esas palabras tan largas y esa ortografía tan difícil de aprender, con esa pronunciación que a veces es un dolor de cabeza, con esos ojos del color de mi cielo paceño, con eso cabellos tan delgados y diferentes a los nuestros, traen buenas cosas para mi país, no sólo a nivel educativo, sino también a nivel cultural y social, donde lo importante además son los lazos de fraternidad entre dos culturas y esas amistades que se graban en el alma de manera profunda para quedarse allí por siempre. 

Bienvenidos son siempre en Bolivia, así como estoy segura de que somos bienvenidos en Alemania.             

Daveiva Humérez Romero


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